En julio de 1952, en un estanco de la calle Menéndez Pelayo de Sevilla, son hallados en un charco de sangre los cadáveres de las dos hermanas propietarias del negocio. Sorprendentemente todo está en orden y, por lo que parece, los asesinos no se han llevado nada. La Justicia condena a tres parias con numerosos antecedentes, a los que en 1956 se les aplicó el garrote vil.