Para que no me olvides

 
Irene vive con Mateo, su padre, y con su hijo David, un chico de 22 años. La convivencia es armoniosa y feliz, pero surge un conflicto: David, que es un brillante estudiante de arquitectura, ha decidido irse a vivir con su novia, una cajera de hipermercado. Pese a su talante liberal, Irene no logra entender una relación tan dispar, pero David cuenta con el apoyo de su abuelo. Mateo es un octogenario vitalista a pesar de que durante la Guerra Civil (1936-1939) perdió su casa y a parte de su familia.
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