En 2004, sólo el 8% de la energía producida en España procedía de fuentes renovables. En 2020, década y media después, el porcentaje se había elevado al 44%. Tan rápida transición sólo ha sido posible gracias a una transformación radical del sistema energético, uno en el que la eólica, con un 20% del total producido el año pasado, tiene un papel preponderante. Pese al gran potencial de la fotovoltaica, es la eólica quien ha capitalizado el salto hacia las fuentes renovables. Un salto con un impacto visible sobre el medio físico y que está provocando externalidades negativas. Más asumibles que las planteadas por la quema de combustibles fósiles, pero negativas al fin y al cabo. Lo saben bien en las zonas rurales donde se están instalando los enormes parques eólicos necesarios para abastecer al país de electricidad. Durante los últimos años han surgido reticencias a su instalación.