Los actores, actrices, personajes y caballos que protagonizan esta película configuran un territorio inexplorado, seguramente aquel espacio indeterminado en el que la ciudad de Jerez construye una nueva imagen del flamenco. Lo que nuestra película va a cartografiar no es tanto el mapa como su movimiento, una geografía que, poco a poco, avanza. A cada poco, el flamenco se reinventa, nuevos ritos y nuevas geografías. No es territorio inmóvil sino nomadología.
No se trata de un documental demostrativo, se trata de un experimento que continúa el que se inició con Nueve Sevillas y, aunque también se aprende, ni se repite, ni se hace aquí arqueología alguna, ni historia alternativa, ni enredo mitológico. El flamenco y la ciudad que se muestra se presenta como lo que es, una mezcla fascinante de terror (la presencia de lo natural, primitivo y original) y retórica (el sofisticado lenguaje moderno del cante, la danza y la guitarra), cómo se produce, cómo se hace. En ese sentido, Siete Jereles quiere ser una película flamenca, no sólo por el tema, el argumento o la inclusión de una banda sonora determinada; también por la forma de hacerse.
Siete Jereles es un recorrido por las calles de Jerez durante siete noches, y toma forma en sus barrios (Santiago, San Miguel, etc.); en sus sagas familiares (Agujetas, Moneos, Zambos, Méndez, Mijítas, etc.) y en sus fiestas (Fiesta de la bulería, saetas en Semana Santa, celebración del vino, etc.). Son mitos que todavía tienen en Jerez una encarnación viva. Es decir, Jerez y el flamenco tienen una identificación tópica, mitológica y real. Las tres vertientes estarán en esta materialista, impactante y plástica obra de Pedro G. Romero y Gonzalo García Pelayo, séptima de la serie “el año de las 10+1 películas”.